Tiempo de torrijas


Las torrijas constituían un energético alimento que se ofrecía a las mujeres parturientas antes y después de dar a luz, en un momento que suponía la principal causa de muerte femenina.

Con permiso del potaje, si hay un plato gastronómico característico de la Cuaresma es el de las torrijas. En la Edad Media, algunos de sus ingredientes eran un auténtico lujo, sobre todo la miel (entonces no había azúcar) y la canela, y casi también la leche y los huevos, de manera que la torrija solo podía ser consumida en ocasiones muy especiales. Así, previamente a convertirse en un postre estacional, las torrijas constituían un energético alimento que se ofrecía a las mujeres parturientas antes y después de dar a luz, un momento crítico que suponía la principal causa de muerte femenina.

Se considera que el primer documento en el que aparece la palabra «torreja» data del siglo XV. En 1496, del Cancionero del polifacético artista del Renacimiento Juan del Encina sale el siguiente verso: «En cantares nuevos gozen sus orejas, miel y muchos huevos para hazer torrejas», refiriéndose a las viandas que los pastores llevaron a la Virgen María tras el alumbramiento de su hijo. En el siglo XVI las menciona incluso Lope de Vega y, más adelante, en 1611, en el recetario del cocinero real Francisco Martínez Montiño, Arte de Cozcina, Pasteleria, Vizcoheria y Conseveria, se publican las fórmulas de algunos postres, entre ellos las torrijas, desvinculando de las parturientas este manjar y presentándolo como un dulce para todo el mundo. El furor de las torrijas también causó efecto en doña Emilia Pardo Bazán, que en 1913 sacó el libro La cocina española antigua con dos recetas de torrijas digamos que poco ortodoxas: las torrijas con anchoas y la sopa borracha de torrijas.

Hablando de sopas, en algunos lugares, como Menorca, a las torrijas se las nombra «sopas de partera», mientras que en Galicia hacen «torradas de parida», y así varias denominaciones con algo en común: el parto y la maternidad. Sirva de ejemplo que en la cocina sefardita se las llama «revanadas de parida» y aunque hay quien atribuye a las torrijas un origen judío, solo sabemos que ya existían antes de la expulsión de los sefardíes de España (en Roma, verbigracia, consumían algo parecido hecho a base de una infusión de leche especiada y pan, solo que la rebanada no se rebozaba en huevo) y que estos las mantuvieron durante su diáspora.

¿Y por qué me estoy extendiendo tanto con las torrijas? Pues porque en la actualidad la maternidad no es una obligación y, además, sería una necedad sostener que la felicidad de una mujer solo se construye a partir de su potencialidad reproductiva. Sin embargo, en tiempos no tan lejanos, ser madre no era una opción para las mujeres. Tener hijas y ya no digamos hijos, cuantos más mejor, era la única función (junto con servir y someterse a los varones) para la que se pensaba habían nacido esos seres del sexo femenino que, por naturaleza, estaban desprovistos de la inteligencia y talentos de los hombres. La solidaridad y sororidad entre las mujeres, singularmente en las circunstancias peligrosas del parto, conformaban una fuente de apoyo, complicidad y generosidad que bien podría simbolizar una reconstituyente torrija.

Dicho lo anterior, admito que sigo impactada a cuenta de los acontecimientos protagonizados por una famosa actriz de nuestro país y con cómo estos se están utilizando, con una superficialidad que exaspera, para abordar la cuestión de la maternidad que tantos condicionantes tiene para las mujeres. Voy a ser clara: por muchos eufemismos lingüísticos que se quieran utilizar, por mucha contorsión emocional a la que nos quieran exponer, lo que ha hecho esa señora es comprarse una bebé.

Personalmente no voy a entrar a valorar la edad de la madre compradora y no porque no tenga opinión al respecto, sino porque hombres que han sido padres en plena senectud no han sido criticados con el desabrimiento con el que se trata a las mujeres. Así pues, vayamos a lo verdaderamente mollar. La vida de las personas, desde el nacimiento hasta la muerte, no se puede comprar ni vender porque los seres humanos no son cosas sometidas a la ley de la oferta y la demanda del mercado de los caprichos; lo contrario implica un gravísimo atentado a la dignidad con la que todas y todos nacemos, con independencia de nuestro sexo, raza, clase social o capacidad adquisitiva.

Querer ser madre o padre no convierte ese deseo en un derecho. No, la maternidad y la paternidad no son un derecho y mucho menos uno que pueda adquirirse alquilando el vientre de una mujer −como si fuera una incubadora− para tapar las carencias psicoemocionales de los arrendatarios. Empero, sí es derecho de las y los menores de edad, entre quienes se encuentran las más de nueve mil criaturas en situación de orfandad en España, disfrutar del amor y la seguridad que proporciona una familia.

 

El Nacimiento de la Virgen (1562-1567) de Luis de Morales. Fuente: Museo del Prado.

 

Les confieso que en esto no entiendo a la Administración, o al Gobierno, según se mire. No comprendo por qué no se potencia la adopción y se agilizan los trámites de este proceso; pero tampoco concibo el cinismo político con el que se proclama que los vientres de alquiler son una forma de violencia contra las mujeres mientras se mantiene vigente la Instrucción de 2010 que permite que aquello que está prohibido en España, pero se lleva a cabo en el extranjero, termine siendo legal en suelo patrio.

Me resulta llamativo el blanqueamiento que de esta forma de explotación reproductiva están haciendo la mayoría de los medios de comunicación de masas, desde los cuales se nos intenta manipular para que, anteponiendo la emoción a la razón, veamos féminas y varones sufrientes por no tener descendencia genética; o que se soslaye la frivolidad de mostrar mujeres famosas que encargan hijos a otras para no «estropearse» el cuerpo. Sabemos que para algunas personas todo esto se reduce al ejercicio de una supuesta libertad individual que, vaya, se practica con dinero (no podemos extendernos, pero lo cierto es que la gestación subrogada puramente altruista no se da); no obstante, basta investigar un poco para descubrir que detrás se esconde un entramado de corte neoliberal y persuasivo con objetivos espurios.

Apenas se profundiza en la realidad de las mujeres que, movidas por la necesidad económica, gestan y paren hijos para otras personas con la intermediación de agencias movidas por intereses monetarios feroces y opacos. Tampoco nos cuentan las consecuencias físicas y psicológicas que todo ello comporta para la madre, la que pare; por no mencionar lo más importante desde la perspectiva ética, que es que los recién nacidos no son mercancía hecha para colmar los deseos de quienes les han puesto un precio en el mercado, como tampoco las gestantes son meros cuerpos sin sentimientos que puedan cosificarse.

Como dicen las sabias del feminismo español, las mujeres no somos vasijas.